Publicado por : María García Esperón noviembre 17, 2011



ENRIQUE PÉREZ DÍAZ:
PRE-ENRIQUE O EL VIAJE A LA SEMILLA

* Palabras leídas durante el Homenaje a Enrique Pérez Díaz, "El autor y su obra" en la Biblioteca Rubén Martínez Villena de La Habana

Tengo el privilegio de haber visto “nacer” para la literatura a varios escritores de importancia en las letras cubanas. Modesto privilegio, a la vez que entrañable porque sus caminos me hicieron ver mejor mis propios tropiezos y me propuse -hasta donde fueran válidas mis experiencias- evitarles algunos trancos y tropiezos.
Enrique era periodista en un lugar pulcro, ecléctico e inaccesible como un cake de cumpleaños. Recordemos con Carpentier que la arquitectura hace a las personas, y Enrique estaba allí, “arquitecturizado” –digamos-, navegando en la arquitectura de una labor donde intentaba trazar otros horizontes hacia la creación.
De esta forma hallé a Enrique Pérez Díaz, perteneciente a mi generación pero ya establecido profesionalmente en los medios periodísticos del país, por los cuales comenzábamos a reconocerlo y atisbar que tras aquella firma latía la vocación por la literatura.
Y en efecto, no tardaron los textos suyos para darse a conocer, revisar o intercambiar, y acto seguido, los proyectos de trabajo.
Era 1983, 84, 85… y el correo postal daba mucho espacio para la literatura. Nuestras cartas rápidas y elípticas iban repletas de cuentos y poemas, comentarios y observaciones técnicas o referencias al devenir literario anterior y cuáles podrían ser nuestros esfuerzos más genuinos en este campo.
El primer proyecto surgió del azar. Fue un libro a cuatro manos. Como profesor de Literatura fui coleccionista de disparates ortográficos, sintácticos y de contenido de mis alumnos de preuniversitario. Pero al aparecer en una prueba final la revelación sorprendente, el deslumbramiento maravilloso del DECONADICO ATERUTO (dos palabras que podrían significar cualquier cosa: desde un conjuro maldito hasta una supernova recién bautizada) quedé petrificado.
Así surgió la historia de un animal mágico y fabuloso que vivía en la mochila escolar de un niño, que aprendía en las propias clases y un buen día comenzó a hablar, revelando a los niños el complejo mundo de los adultos y sus contradicciones y proponiendo salidas inhabituales, pero entrañablemente humanas a los conflictos que vivían sus amigos. Por supuesto, que llega el momento que el Deconadico Ateruto sale de la mochila y…
La narración alcanzó varios capítulos y si no concluyó fue por mi complicada labor y escaso tiempo.
Pero Enrique no necesita manos ajenas para componer sus historias. Escribía con verdadera pasión y cada carta revelaba un paso más y mejor en el dominio de la expresión, el tiempo narrativo y el punto de vista del narrador. Asimismo, el acercamiento a cada tema se hacía más sustancial, más hondo, más raigal, despojándose lenta pero definitivamente de la inmediatez del hecho, del comentario circunstancial, de la voz pertinaz del narrador, para crear personajes sinceros y plenos de sensaciones y sentimientos, con sus propias voces y actitudes, movidos por las fuerzas del mundo que les rodea y por sus personales energías.
En este punto de madurez y búsqueda, labor y pensamiento, no vacilé en proponerle publicar algún cuento en una editorial modesta y artesanal que sosteníamos desde hacía años los escritores de Bejucal. Era la Colección Valle y todos sus títulos pueden consultarse en la Biblioteca Nacional.
Así vio la luz uno de sus primeros cuentos, en un mimeógrafo de madera similar al que Félix Pita utilizó para su activismo en el Partido Socialista Popular y la emisora Mil Diez. Su sensación de alegría y asombro ante aquel raro ejemplar (recuerdo que fue ilustrado por José Mederos Sigler, hoy un pintor altamente reconocido) fue, sin dudas, por su obra y tal vez por el soporte que la contenía. Era como un viaje a la semilla. Pero no sería el único.
Hablaba al principio del privilegio de ser testigo del nacimiento de Enrique Pérez para las letras. Hoy le agradezco, además, poder decirlo frente a ustedes con la misma sencillez y limpieza de quien ve la semilla convertida en árbol y a su sombra se confía.



Omar Felipe Mauri Sierra

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