Enrique Pérez Díaz

Enrique Pérez Díaz
(La Habana, 1958). Este polifacético creador ha abordado la literatura para niños desde todas las perspectivas. Como ensayista, su obra ha sido publicada en los principales medios impresos de su patria, Colombia, Argentina y México. Conferenciante, ha recorrido Europa y América, en muchas ocasiones también como cuentacuentos. Aunque sus cuentos y poemas para niños transcurren en el mundo de hoy, Enrique siempre apuesta por la imaginación y la fantasía. Posibilitador de imposibles, sus muchos libros describen el poder que las hadas otorgaron a este isleño para convertir la tierra firme en un mundo dúctil de sueños. Es director de la Editorial Gente Nueva. Vive en La Habana. (María García Esperón)

Los que escriben para niños...

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Entrevistas de Enrique Pérez Díaz a autores de LIJ. Columna en Cubarte

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Sin era y jamás: te espero en mi sueño, reseña de Anabel Sáiz Ripoll


Fuente: Voces de las dos orillas


"Sin era y jamás": "...te espero en mi sueño".


Por Anabel Sáiz Ripoll



Sin era y jamás,
María García Esperón -Enrique Pérez Díaz
ilustraciones Dagoberto Fuetes,
Enlace Editorial, Colombia, 2015 (El Tren Dorado)

Si no soy el antes ni soy el nunca, soy el ahora y el siempre. Es, precisamente,  el mensaje que se percibe en el título de este poemario, escrito a cuatro manos, que evoca historias de amor que puede que nunca hayan sucedido o puede que se estén celebrando ahora mismo o quizá casi vayan a florecer, justo en el momento en que el lector abra el libro y empiece a leer. Será entonces cuando Sin era y jamás adquiera el significado atemporal que le han querido imprimir sus autores.
A lo largo de 15 poemas, de aire modernista, algunos; evocador otros; mágico y sensual muchos, y legendario, otros, se van desgranando nuevas-viejas historias de amor. Los protagonistas son seres de la memoria, de la infancia, del corazón, del lugar donde siguen habitando los sueños. Son príncipes, princesas, dragones y unicornios. Los sentimientos son de nostalgia, de anhelos compartidos, de búsquedas, de certezas a medias. Los caminos son hacia dentro, hacia uno mismo porque, en realidad, la búsqueda del ser humano, la magia, el hechizo y la evocación le conduce, siempre e inexorablemente, hacia su propia esencia.
Como leemos en el poema inagural todos, sin exclusión, "somos viajeros de un mismo verso" y, en ese viaje, nos iremos encontrando y separando porque "[..] ¿qué es la distancia? / para el que viaja desde el jamás / para el que encuentra en un mismo  verso / todo el misterio y el ser de amar". 
Las historias nos envuelven con su atmósfera tenue y rumorosa. "La princesa Anhelo y el príncipe Esquivo" que desean encontrarse, pero son incapaces de hacerlo porque Esquivo no tiene respuestas y Anhelo sigue haciendo preguntas y esperando, esperando. El sueño se posa en los versos del poemario y no impide que, por ejemplo, un unicornio se enamore de una princesa y, al fin, queden los dos inmortalizados en un tapiz que, con el título "La dama y el unicornio", sigue hechizando, desde el S. XV, a todo el que lo contempla. "El príncipe Hielo" vive en una paradoja porque nota que algo le está pasando, aunque le cuesta descubrir que se ha enamorado de un rayo de sol. "La princesa Suspiro", tan parecida a la de Rubén Darío, sigue soñando y aguardando un destino que no llega porque ella misma lo rechaza. "El príncipe Sueño" sitúa al príncipe en el lugar de la princesa, de la Bella Durmiente, y le hace vivir un sueño, a la manera de Segismundo, mientras la princesa trata de despertarlo con un beso de amor para, oh prodigio, acabar soñando juntos los dos. "El Castillo de mis sueños" muestra que, después de tantos deseos de elementos materiales, lo que importa es la esencia y ese "comenzar otra vez...".
 Algo parecido le sucede a la "Princesa viajera" que busca un amor ideal que solo halla, como Bécquer, en los viajes que hace a sus sueños. De nuevo la paradoja en "Destino y Origen" condenados a no encontrarse nunca, "El hada infinito", mientras, sigue su camino y su labor que nunca se acaba porque todo es un eterno retorno. En "Barcarola", al príncipe hechizado, se le pide algo imposible, vista su trayectoria. "no mueras de amor". Y enlazando con este poema, "Vals" se convierte en nostalgia, en ausencia, en siempre errar, en recuerdo y en infinito, en no ser jamás.  En "Amanezco", se reúnen todos los anhelos de los que se hablan en los poemas porque "Amanezco a un día nuevo / en la torre de mis sueños / y nada importa si tardas, / cautivo, te espero en mi sueño...". Los dos últimos poemas "La princesa dorada" y "Un dragón blanco" siguen hablando de los sueños, de los encuentros imposibles, de los contrastes y, por supuesto, de la búsqueda del amor.
Entre gobelinos, almenas, castillos de cuento, suspiros y anhelos, los poemas de Sin era y jamás nos van sumergiendo en las eternas quimeras del ser humano, en los imposibles, en los misterios, en los secretos y en los sueños.
Y, mientras, Dagoberto Fuetes tiene la misión de ilustrar el poemario y lo hace escogiendo algunos de los personajes más importantes para inmortalizarlos en el momento en que está al punto de cambiar sus vidas porque acaban de descubrir esa sacudida brutal que es el amor.
Es difícil escribir de forma conjunta y, con seguridad, los dos autores han tenido que hacer un esfuerzo importante para aunar sentimientos y acortar distancias.
Entre versos de artes mayor, asonancias, comparaciones, adjetivos rutilantes, metáforas, paralelismos, cadencias, sones y ritmos muy marcados, los versos de Sin era y jamás van fluyendo como fluye el agua de un río en la mar, como fluyen las propias vidas.

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Las golondrinas son como el mar, reseña por Alina Iglesias Regueyra

Las golondrinas son como el mar
Alina Iglesias Regueyra

 07 de octubre de 2011




Fuente: Cuba Literaria

Nuevamente tropiezo con una obra de Enrique Pérez Díaz que, al abordar el tema de la disgregación familiar, ilustra esencialmente estos tiempos. Esta vez se centra en Adán, un niño de nueve años que acaba de atravesar la difícil situación del divorcio de sus padres: una separación nada amigable. Y pienso que tal dificultad reside en la incomprensión por el niño de la naturaleza cambiante de la vida y las relaciones. Esto parte de la educación que recibe de sus mayores; aunque, por supuesto, la ausencia forzada de uno de los padres torna más espinoso el terreno, pues lógica e instintivamente, el infante desea tenerlos unidos, al alcance de su ternura y sus necesidades amatorias.

Ese es, a grandes rasgos, el tema de Las golondrinas son como el mar, libro publicado por la Editorial Oriente en 2003 con una minuciosa edición de Lina González Madlum, ilustraciones interiores de Fernando Goderich, quien basa el diseño en siluetas neutras, e imagen de cubierta, en matices de la gama cálida, de Pastor Rivera. El argumento, estructurado en veintiséis cortos acápites subtitulados, se centra, como muchas de las mejores obras de este autor, en los sucesos y las contradicciones que vive este muchachito, quien habita muy cerca del mar. Este elemento natural es un tema recurrente en la obra de Enrique, como recurso literario ―símbolo, metáfora, alegoría―, eficaz herramienta dramatúrgica o detalle puramente estético. A veces incluso todo ello de consuno. Veamos estas imágenes del mismo inicio:

El mar resulta a la vez tan hermoso como estremecedor. Cuando está embravecido, pudiera creerse que nada en este mundo podrá detenerlo. Es hasta posible imaginar sus aguas avanzando majestuosas y terribles, tan bellas como destructivas y siempre llegando a cualquier parte, devorándolo todo sin piedad.
La contemplación del mar desde esta óptica torna evidente la angustia que hace presa en este niño, quien medita en la indefensión de sus padres separados y, como consecuencia, en su propia y total inseguridad. “¿Qué harán cada uno por su lado? ¿En dónde estarán? ¿Podrán acordarse ahora de él?”, con estas tres preguntas iniciales está trazado el camino que se hará historia a través del libro.

El niño se lanzará a averiguar las causas de la separación ―un desamor provocado por el hastío y algunas diferencias muy íntimas y personales de ambos adultos, situación que no encontrará comprensión en él― y hará todo lo posible, desde una muy humilde posición, por hacer que sus padres vuelvan a amarse.

Otras imágenes reales, relacionadas con el elemento marino y devenidas símbolos, embellecen el relato y conforman, poco a poco, la realidad del pequeño, otorgándole mayor significado a su tristeza:
Antes, entre los tres, hacían castillos de arena. Poco a poco iban levantando muros, almenas, puentes y torres que increíblemente se elevaban apuntando al cielo con la valentía que sólo poseen aquellos seres capaces de confiar en sus fuerzas y que no temen mirar al futuro.
Pero luego, con su fuerza inexorable, venían las olas furiosas y, sin piedad alguna, desbarataban los castillos. […] Entonces, ante ellos nada más quedaba eso: arena y más arena, húmeda, dorada. ¿Quién podría imaginar que momentos antes allí se levantaba un sueño?

El niño compara a sus padres con dos inquietas golondrinas que han cuidado del nido un tiempo y luego lo han abandonado. Como mismo hizo el mar con ese hogar ideal, devenido castillo de arena.
Dentro del relato hay una historia, narrada a Adán por su madre, titulada “La princesa del tiempo perdido”, que aborda determinados detalles esenciales de la feminidad con los que el autor poéticamente expone la necesidad de libertad, comprensión y fantasía de la mujer en la pareja. Así surgen, además, en la imaginación del pequeño, personajes de quimera que habitan la playa, como el jinete negro y la princesa Ada, quienes evolucionarán paralelamente a sus padres en la solución del conflicto de pareja, devenido familiar por la existencia del hijo, ese pequeño fruto.

Aunque el autor opera con ciertos estereotipos tradicionales evidenciados de manera explícita (madre peleona-padre contemporizador, madre explosiva-padre controlado, madre quizás irresponsable o apresurada en sus decisiones-padre paciente y razonable), presentes en distintas obras de este y otros escritores cubanos, quizás por esta misma razón la historia refleja el mundo de ―me atrevo a asegurar― la mayoría de los infantes cubanos, inmersos en situaciones muy similares a la descrita en la narración. Debido a ello, la identificación emocional del lector al cual va dirigida la obra resulta muy eficaz.

Enrique Pérez Díaz es un reconocido creador nacido en la capital cubana en 1958. Títulos como Minicuentos de hadas, El último deseo, ¿Se jubilan las hadas?, Escuelita de los horrores, Adiós, infancia, Las hadas cuentan, Siempre azul, y otros ya comentados en esta sección, como La vieja foto y Alguien viene de la niebla, dan cuenta de su talento y preocupación por la infancia y sus aparentemente nimios problemas. Al leerlo, comenzamos a creer que estos libros suyos para niños son, quizás, primeramente destinados a aquellos adultos que necesitan revisar su pasado, sus secretos, sus sueños incumplidos y sus insatisfacciones más íntimas. Una suerte de catarsis adulta por medio de la literatura escrita para la niñez. El autor ha recibido premios como La Edad de Oro, Ismaelillo, Abril y La Rosa Blanca, además de reconocimientos internacionales por su labor.

Las golondrinas son como el mar es un libro de descubrimientos acerca de la existencia como realidad inconstante; ameno, triste y dulce a la vez, confía al futuro esa infinita capacidad de adaptación de la infancia a las nuevas situaciones de la vida.
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Versos al nunca jamás, de Enrique Pérez Díaz, por Anabel Sáiz Ripoll

Versos al nunca jamás: Nada permanece ya
Por Anabel Sáiz Ripoll

Fuente: Voces de las dos orillas


Versos al nunca jamás,
Enrique Pérez Díaz.
Ilustraciones de Alejandro Magallanes
Madrid, Anaya, 2006, Sopa de Libros, 116.

“Versos al nunca jamás” es un precioso poemario que tiende los brazos a la infancia, pero no con el afán de recuperarla, que eso es imposible, sino con la idea de evocarla, de centrar los principales aspectos de esa época que, en la vida del ser humano, es tan trascendental. Decía el poeta que la verdadera patria del hombre es la infancia. Cuando se mata al niño que llevamos dentro, muere la ilusión y nace la frustración y el miedo. Y eso lo sabe muy bien este escritor cubano, Enrique Pérez Díaz. En una clara alusión a Peter Pan, dedica sus versos al “Nunca jamás”, esto es, al “País del Nunca Jamás”, el país del único niño que no creció porque, y ésa es otra gran verdad que Enrique Pérez Díaz conoce bien, “todos los niños del mundo crecen”. Y hay que aceptarlo de la mejor manera, aunque es muy difícil dejar atrás ese mundo en donde el tiempo no corría, en donde las cosas eran más simples, en donde la vida parecía no tener fin: la infancia.
En Versos al nunca jamás se evoca con nostalgia la infancia. Acaso la tristeza que esto pudiera generarnos, el autor la evita con el uso del humor y la ironía. Enrique Pérez Díaz parte de los cuentos tradicionales, pero les da la vuelta. Las cosas no son como parecen y él quiere presentarnos de nuevo a esos héroes de los sueños infantiles, pero con mayor experiencia o, quizá, otra perspectiva de la sus vidas. Para ello, suele escoger los elementos tópicos de esos cuentos y mirarlos desde otra perspectiva que enriquece el poema. Así, los osos echan de menos a Ricitos de Oro, es mejor que la Bella Durmiente no despierte, la bailarina y el soldadito de plomo se buscan sin encontrarse, Caperucita Roja ha perdido interés para los niños de hoy que “nada temen”, Alicia ha vuelto del espejo y todo sigue igual y Blancanieves duda frente a la manzana, aunque siempre tendrá otra oportunidad.
Los versos de Enrique Pérez Díaz son brillantes y sugieren momentos, presencias, esencias. Tienen el poder de convocar, con la palabra, la magia de los cuentos, ese otro mundo de la imaginación en donde, cuando eras pequeño, todo era posible. Desde su edad adulta, el autor recuerda y siente y sabe que ya nada volverá, pero se resiste y vuelve una y otra vez a sus personajes queridos o a los lugares de la fantasía.
El poeta escoge distintos puntos de vista, o bien personifica a sus personajes y les hace aparecen de manera directa o bien es él mismo quien toma la palabra y reflexiona.
Versos al nunca jamás aborda temas importantes como pueden ser el paso del tiempo, la belleza, la amistad o el amor. Y lo hace de una forma sugerente, con serenidad, como tocando levemente las palabras. Nada se pierde en la pluma del poeta, todo se convierte en parte esencial y en símbolo, la manzana, el espejo, el sueño…
Alejandro Magallanes ilustra estos poemas, de una manera sutil, resaltando el humor de algunas de las escenas y tratando de buscar el contraste entre los versos y sus dibujos.
El libro se estructura en tres bloques:
-A los personajes de los cuentos, en donde se dirige a estos personajes que han cambiado, que aún están intentando acabar su personal historia o que han perdido el horizonte. No se trata de versificar los cuentos tradicionales, en absoluto, sino de recrearlos, enriquecerlos con otro punto de vista. Pulgarcito, Simbad, Pinocho, la Sirenita, Campanilla… todos aportan un momento especial, un especial sentir.
-A la magia de los cuentos contiene una serie de poemas unidos por la presencia del elemento mágico, ya sea un espejo mágico, una fórmula mágica, un sortilegio, un conjuro, un hechizo… o un autor, como Andersen, incluso un personaje, como el mago o Merlín y Morgana.
-Al lugar de los cuentos es la tercera parte del poemario y alude, como indica su nombre, a los lugares en donde viven los cuentos, ya sean reales, como un desván, o imaginarios, como la fantasía o la ausencia.
Es un libro muy bien estructurado que trata de reproducir el propio ciclo de la vida. Ya en el prólogo, el poema “Regreso desde mi edad” deja claro el propósito del autor:
“Desde la poesía regreso
a la infancia, intocada
y sublime, edad aquella
que nada puede alcanzar…”
Esos puntos suspensivos enlazan directamente con los poemas que forman el libro y, por supuesto, tienen mucho que ver con el poema del epílogo, titulado “Adiós, Infancia”. El poeta siempre es un visionario y aquí no podría ser la excepción. Enrique Pérez Díaz sabe que acaba de cerrar una puerta, pero se resiste a perder la llave:
“infancia perdida,
viviré confiando
en cuanto ayer tú me mostraras,
infancia,
y ya no he podido –nunca podré-
olvidar”.
Nostalgia y memoria son casi sinónimos en el poemario, porque no existe la una sin la otra. Uno no siente nostalgia de lo que olvida; así lo siente el poeta y así lo plasma. Él, en realidad, sigue con la memoria de su infancia intacta, aunque ha aprendido a contemplarla con otra mirada, la que nos regala en Versos al nunca jamás.
El texto se destina a niños desde 12 años, que seguro reconocerán a los personajes de los poemas y podrán captar la ironía, aunque no entenderán el tono nostálgico, ni tienen por qué entenderlo. Sí lo captarán sus padres y los lectores adultos, porque Versos al nunca jamás se va enriqueciendo conforme los lectores cumplen años. Afortunadamente.

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